House of Cards ha tenido una gran tercera temporada. Siempre
es un placer ver los tejemanejes de los Underwood y de los que les rodean. Tal
vez tenían más encanto jugando un papel de segundones con ansías de ascender,
pero la presidencia no los ha echado a perder.
Imagen de Canal+ |
Kevin Spacey y Robin Wright tal vez sean la mejor pareja
protagonista que puedas ver en una serie. Son actores de muchos quilates y no
concibo otro dúo con mayor talento. La serie sigue contando con grandes
guionistas, aunque las tramas sean ya menos atractivas. La dinámica del poder
desgasta… No es lo mismo un Frank Underwood que teje una telaraña de
conspiraciones que un presidente que se aferra a un plan de trabajo para los
americanos más desfavorecidos, tiene mucho menos glamour.
La dinámica de esta temporada consta de un Frank Underwood
repudiado por su partido y que no quiere dejar de ser presidente. Casi todo su
mundo girará alrededor de las primarias. Mientras su mujer consigue ser
embajadora de la ONU y Doug recae en el alcoholismo. Diferentes incidentes
diplomáticos, un uso laxo de las leyes y los rivales por la presidencia son lo
que nos mostrarán esta temporada.
Por lo demás, la serie sigue teniendo gancho. La calidad de
cada capítulo es magnífica y tiene el mismo poder de atracción que las dos
temporadas anteriores. Se estrenó de tacada, trece capítulos en un fin de
semana, así que se podía ver de una sentada en versión original. En España no
tuvimos tanta suerte y se ha tardado 13 semanas en finalizarla. Gran trabajo de
doblaje para una serie imprescindible. Es una obligación verla pese a que el final de temporada era más que previsible.
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